Catacresis funeraria: uso de objetos de metal como artilugios en tumbas chimúes en Huaca de la Luna, costa norte de Perú

Funerary catachresis: the use of metal objects as gadgets in chimú tombs at Huaca de la Luna, northern coast of Peru

Resumen

Muchas sociedades andinas precolombinas solían colocar pequeños objetos de metal en determinadas partes del cuerpo de un difunto. Siendo una costumbre muy difundida en los Andes Centrales, en diferentes períodos prehispánicos, no se conocen hasta la fecha investigaciones significativas sobre el tema. El presente artículo se refiere a la continuidad de dicha práctica en tumbas de la cultura Chimú (ca. 1100-1470 dc) registradas en Huacas de Moche, en la costa norte de Perú, específicamente en el patio principal del Templo Viejo de la Huaca de la Luna. Luego de analizar las características morfológicas de los objetos, con el apoyo de la etnografía se discute su ubicación en el cuerpo según el grupo etario del difunto y su uso en el contexto funerario. Se sugiere que estos no formarían parte del ajuar funerario y que servirían como artilugios mágicos para fines propiciatorios, adivinatorios o de castigo.

Palabras clave: Moche, Chimú, Huaca de la Luna, patrones funerarios, catacresis, metal.

INTRODUCCIÓN

Tras el colapso y desaparición de la cultura Moche o Mochica, alrededor de los años 800-850 dc, surgió en el valle de Moche una cultura que la arqueología andina denominó Chimú, en una fecha aún en debate, con propuestas que oscilan entre los años 900 y 1100 dc. Luego de conquistar gran parte de la costa norte del actual territorio peruano, los chimúes fueron invadidos y derrotados por los incas en el año 1462, aproximadamente (Rowe 1948: 44).

Chan Chan, ubicada en el margen norte del valle de Moche, fue su ciudad principal y centro de poder. Con sus 24 km2, de los cuales 6 km2 constituyen su núcleo urbano, es considerada una de las ciudades de barro más grandes del mundo antiguo. Unos nueve kilómetros al este de Chan Chan se ubica el sitio conocido como Huacas de Moche o Huacas del Sol y de la Luna.

Huacas de Moche se encuentra en el borde sur del valle de Moche (fig. 1). Este sitio tiene una historia ocupacional de casi dos mil años. Empezó con la cultura Salinar (ca. 400 ac-0), seguida de la Moche (ca. 50-850 dc) –la más larga e intensa– y termina con una reocupación Chimú (ca. 1100 dc-1470 dc) que continuó durante la invasión incaica y hasta la española, en 1532 (Uceda et al. 2016).

Figura 1. Mapa del norte de Perú con la ubicación de los principales sitios nombrados en el estudio. Figure 1. Map of the north of Peru showing the location of the main sites mentioned in the study.

Los moches del valle epónimo, antecesores de los chimúes y probablemente sus ancestros, construyeron una ciudad rodeada al oeste por el Cerro Blanco y al norte por el Cerro Negro. A los pies de la falda oeste del Cerro Blanco y Cerro Negro edificaron un complejo religioso conocido como Huaca de la Luna, compuesto por el Templo Viejo (ca. 50-600 dc) y el Templo Nuevo (ca. 600-850 dc). Unos 500 metros al oeste de la Huaca de la Luna, levantaron un palacio denominado Huaca del Sol. El núcleo urbano, con residencias que forman bloques arquitectónicos separados y articulados por calles y callejones, ocupa la planicie que separa las dos huacas (fig. 2), así como sectores de la falda oeste del Cerro Blanco y Cerro Negro, al norte y al sur de la Huaca de la Luna (Uceda et al. 2016).

Figura 2. Plano de Huacas de Moche. Se señala la ubicación del cementerio Chimú de donde procede la muestra de estudio. Figure 2. Plan of Huacas de Moche indicating the Chimú cemetery where the study sample was obtained.

Hay varias evidencias de la reocupación de los chimúes en Huacas de Moche: un templo ubicado en la cima del Cerro Blanco y Cerro Negro, dos pequeñas estructuras cercadas de piedra ubicadas a los pies del Cerro Blanco y Cerro Negro así como contextos funerarios insertos en la arquitectura del Templo Viejo de Huaca de la Luna, de la Huaca del Sol y del núcleo urbano (Bourget 1997; Chapdelaine et al. 2004; Castillo 2018).

Uno de los estudios más relevantes sobre los patrones funerarios de las sociedades prehispánicas de la costa norte del Perú es el de Christopher Donnan y Carol Mackey (1978). En tumbas de las culturas Salinar, Gallinazo, Moche y Chimú del valle de Moche, estos investigadores identificaron como un patrón la colocación de pequeños objetos de cobre en asociación directa con el cuerpo del difunto, especialmente dentro de la cavidad bucal, en las manos y cerca de los pies (Donnan & Mackey 1978: 86).

En un estudio posterior de patrones funerarios, basado en tumbas registradas en una residencia del núcleo urbano de Huacas de Moche (Gayoso & Uceda 2015), se resalta la presencia de pequeños objetos de metal en asociación directa con los difuntos de la cultura Moche. Se trataba de láminas y fragmentos de láminas, gruesas y delgadas, así como de pequeños objetos, enteros y fragmentados, en algunos casos doblados o rotos, a veces envueltos en un pedazo de tejido de algodón, los cuales eran colocados en la boca del difunto (fig. 3), o en antebrazos, manos, tórax, pelvis, piernas y pies.

Figura 3. Individuo mochica registrado en el núcleo urbano de Huaca de la Luna con un fragmento de cobre en la cavidad bucal (Gayoso et al. 2016: 181, fig. 13). Figure 3. Moche individual discovered in the urban settlement of Huaca de la Luna with a copper fragment in its mouth (Gayoso et al. 2016: 181, fig. 13).

Si bien es una costumbre difundida no solo en la costa norte sino también en otras zonas de los Andes Centrales, en diferentes períodos prehispánicos, no se conocen hasta la fecha investigaciones importantes sobre el tema. En este artículo evidenciamos la continuidad del uso de estos objetos de metal en asociación directa con el difunto, en tumbas correspondientes a la reocupación Chimú de Huaca de la Luna (fig. 4). Luego de un análisis morfológico de dichos objetos y de su ubicación según los grupos etarios identificados, con el apoyo de datos etnohistóricos y etnográficos se discute su uso en el contexto funerario.

El empleo de paralelos etnográficos nos permite ensanchar nuestro horizonte interpretativo. En tal sentido, basados en la información etnohistórica y etnográfica, sabemos que tanto las sociedades prehispánicas como las andinas tradicionales actuales comparten la creencia en la existencia, parafraseando a Uko (1969: 264), de otro mundo o un “más allá” donde los bienes mortuorios son útiles tanto al llegar como en el trayecto.

Figura 4. Vista en primer plano del cementerio Chimú que reocupa la zona noreste del Templo Viejo de la Huaca de la Luna (fotografía del Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna). Figure 4. Close-up of the Chimú cemetery in the northeastern sector of the Viejo de la Huaca de la Luna temple (Photo by Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna).

LOS OBJETOS EN ESTUDIO

Los antiguos habitantes del actual territorio peruano tenían la costumbre de colocar pequeños objetos de metal dentro de la boca, en las manos, sobre los pies y otras zonas del cuerpo de los difuntos. En el caso del valle de Moche, esta práctica se ha registrado en tum-bas de diferentes culturas. Donnan y Mackey (1978: 44) informan acerca de pequeñas láminas circulares y ovaladas de oro situadas dentro de la boca de los fallecidos en tumbas asociadas a la cultura Salinar (500-200 ac), en sitios como Huanchaco y Caballo Muerto. También en tumbas de las fases estilísticas Mochica iii y iv de Huacas de Moche, Huanchaco y de Caballo Muerto, se han encontrado pequeños objetos de cobre puestos en la boca, manos, pelvis y en otras partes del cuerpo (Donnan & Mackey 1978: 82-201). Además mencionan la presencia de pequeños objetos de metal, predominantemente láminas dobladas, alojados en la boca, las manos, los pies y la pelvis, en tumbas de Chimú Temprano y Tardío de Huacas de Moche (Donnan & Mackey 1978: 288, 356).

Esta misma práctica funeraria se ha registrado en el valle de Chicama, en tumbas mochicas excavadas en la Huaca Cao Viejo del complejo arqueológico El Brujo (Franco et al. 2003: 164-166). Igualmente, en el valle de Jequetepeque, en tumbas mochicas (Del Carpio 2008: 84) y lambayeques (Bernuy 2008: 61) en el sitio San José de Moro. En el valle de Lambayeque, en la tumba de la gobernante y sacerdotisa de Chornancap, Carlos Wester (2018: 189) registró trece pepitas de oro y un pequeño lingote irregular de plata en el interior de la boca del acompañante 5. En Tantarica, en el valle de Cajamarca, Shinya Watanabe documenta un individuo con una pinza de cobre dentro de la boca en una tumba múltiple cuya filiación cultural podría ser Chimú o Inca.

Esta costumbre se mantuvo durante algunos años posteriores a la conquista española, lo cual permitió ser observada por los cronistas. El padre Antonio de la Calancha (1974-1981 [1638]: 81) menciona que a los indígenas yungas (costeños) les “ponían como antes oro i plata en la boca”. Por su parte, en referencia a prácticas rituales de los incas, Martín de Murúa (2001 [1590]: 402) relata que cuando los enterraban “solian a muchos ponelles en las manos, en la boca, en el seno y otras partes, oro y plata”. Guaman Poma de Ayala (1980 [1615]: 61) señala también que los indígenas “suelen poner algo en la cara y boca, plata, oro y comida, y en las manos lo propio”. José de Acosta (1894 [1590]: 27) sostiene que, a sus muertos, los indígenas “usan también ponerles plata en las bocas, en las manos, en los senos”. No obstante, ninguno de los cronistas citados indica qué tipo de objetos se colocaban o el porqué de esta práctica.

LA MUESTRA Y SU PROCEDENCIA

De los 119 contextos funerarios chimúes excavados en la plaza principal del Templo Viejo de Huaca de la Luna se seleccionaron 34, atendiendo a dos criterios: (1) que correspondieran a contextos primarios, y (2) que contuvieran individuos con objetos de metal en relación directa con su cuerpo. De lo aquí señalado, se asume que no todos los entierros chimúes eran contextos primarios (algunos estaban disturbados) y no todos presentaban este tipo de asociación directa.

Entendemos como asociaciones de relación directa cuando los objetos depositados en el ritual funerario están en contacto directo con el cuerpo del difunto, es decir, en la boca, manos o sobre otras secciones del cuerpo. También se incluyen en este grupo máscaras, collares, orejeras, narigueras y otros ornamentos puestos en sus partes correspondientes o al menos dentro de receptáculos como ataúdes o fardos, pero este tipo de objetos no se incluye en el análisis expuesto en el presente artículo. Los de relación indirecta, en cambio, son aquellos objetos que estando dentro de la estructura funeraria, se encuentran separados del individuo, aunque dispuestos con relación a él (Kaulicke 2001: 91).

Los cuerpos de los 34 contextos funerarios seleccionados para nuestro estudio fueron clasificados en cuatro grupos etarios: neonato, infante, niño y adulto, este último subdividido en masculino, femenino e indeterminado (tabla 1). Esta clasificación se hizo con la finalidad de observar si variables como la edad o el sexo eran determinantes en la colocación de los objetos.

Tabla 1. Descripción de las asociaciones directas e indirectas de los 34 contextos funerarios seleccionados. Table 1. Description of direct and indirect associations of the 34 funerary contexts selected.

La descripción formal de las piezas de asociación directa considerados en este estudio se realizó mediante la observación a ojo desnudo de sus atributos en superficie. Se identificaron láminas gruesas y delgadas, cinceles, volantes de huso o piruros, cucharas, agujas, cuentas y lingotes o prills (gotas de metal fundido). La relación entre estos elementos y el grupo etario se muestra en la tabla 2.

Tabla 2. Morfología de los objetos asociados según el grupo etario de los contextos funerarios. Table 2. Morphology of the associated objects according to the age group of the funerary contexts.

El grupo más representativo de los objetos identificados lo conforman las láminas. Algunas son delgadas y otras gruesas. Las delgadas son aquellas cuyo rango de espesor es de 0,3 a 3 mm. En este grupo fueron clasificados 38 objetos. De estos, 15 estaban completos y 23 eran fragmentos. Entre las formas completas se encuentran las placas (de forma cuadrangular) y las lentejuelas (de forma circular). Se observó que 21 láminas delgadas fueron deformadas intencionalmente. Las gruesas tienen un espesor mayor a 3 mm. Pertenecen a este grupo un total de 74 objetos de variadas formas: circulares, cuadrangulares, triangulares e irregulares. Cuatro de las láminas gruesas estaban completas, todas ellas lentejuelas y asociadas a adultos. El resto eran fragmentos (uno o más de sus lados presentan una notoria irregularidad) de lentejuelas, placas, láminas triangulares, semicirculares y de forma irregular.

Los volantes de huso o piruros son las siguientes formas más frecuentes en la muestra. Son catorce objetos clasificados en este grupo, seis asociados a contextos funerarios de niños, cuatro de ellos estaban presentes en el mismo entierro; la mayoría, excepto uno, fueron depositados en la boca. En el caso de los adultos, dos estaban asociados a individuos masculinos. Tres en el entierro e27 y dos del entierro e126, corresponden a adultos femeninos.

Se identificaron dos cinceles. El primero estaba completo y uno de sus lados presentaba evidencias de deformación superior causada por golpes durante su uso como herramienta; estaba en la tumba de un adulto masculino. El otro era un fragmento de cincel encontrado en la tumba de un infante.

Dos cucharas se hallaron en la boca de un individuo adulto masculino. Ambas completas, en buen estado de conservación y, junto a ellas, había una aguja de 147 mm de largo. Una cuenta cilíndrica fue depositada bajo el cráneo del difunto masculino del entierro e79.

Se encontraron dos lingotes, uno de forma semicircular de un poco más de 7 mm de espesor, y el otro rectangular de un poco más de 5 mm de espesor. El primero asociado a un infante y el segundo a un individuo adulto masculino. Finalmente, un prill ubicado entre los pliegues de una lámina delgada, deformada intencionalmente, en la tumba de un infante.

También se identificaron otros cuatro objetos. Dos posiblemente son fragmentos de un vaso y estarían vinculados a un adulto masculino, una lámina delgada que parece ser parte de un cuchillo, sobre un adulto de sexo indeterminado, y por último, un objeto de forma semicircular con bordes lisos, posiblemente una herramienta asociada a un infante.

Un estudio previo realizado por uno de los autores (Ciprian 2019) incluyó el análisis tecnológico de dichos objetos mediante microscopio metalográfico y de composición química aplicando la técnica de fluorescencia de rayos X dispersiva en energía, frxde. El análisis tecnológico permitió identificar procedimientos como el vaciado, el martillado, el recocido, el burilado y la perforación.

En el análisis frxde se detectaron dos grupos de aleaciones binarias (cobre/arsénico y cobre/plata) y ocho piezas elaboradas mediante aleaciones ternarias con diferentes proporciones de cobre, plata y arsénico. También hizo posible el reconocimiento de fragmentos de metal de un mismo objeto que fueron colocados juntos o separados en el cuerpo del difunto. Igualmente, se observó el caso de dos objetos diferentes o fragmentos de objetos que fueron ubicados juntos o separados sobre el cuerpo. Esto indicaría que estos detalles en el arreglo mortuorio no estaban socialmente predeterminados (Ciprian 2019: 83-96).

UBICACIÓN SEGÚN GRUPO ETARIO

En el grupo de los neonatos (tabla 3), el único entierro registrado contiene objetos en la boca, en la mano derecha, en la mano izquierda y en la pelvis. No contamos con elementos comparativos del mismo grupo etario (fig. 5).

Figura 5. Objetos de metal en asociación directa en tumba e121 de neonato (fotografía de J. Ciprian). Figure 5. Metal objects found in direct association in newborn’s tomb e121 (Photo by J. Ciprian).

En el grupo de los infantes (tabla 3) hay cinco entierros con elementos ubicados en la boca, en la mano derecha, mano izquierda, entre las manos, en la tibia derecha, pie derecho, pie izquierdo y entre pies (fig. 6). No hay dos tumbas iguales en cuanto a la ubicación de las piezas. En la mayoría es un elemento de metal por ubicación, pero hay tres casos con dos objetos en el mismo lugar y un caso con tres en la misma parte. La ubicación más frecuente en esta muestra es dentro de la boca; el 80% de los entierros cuenta con al menos un elemento de metal en dicha posición. Una tumba tiene dos objetos dentro de la boca y otra tres.

En el grupo de los niños (tabla 3) hay nueve entierros con elementos de metal ubicados en la boca, en las manos derecha e izquierda, brazo derecho, pelvis y en los pies derecho e izquierdo (fig. 7). Cuatro tumbas (e50, e54, e70 y e104) presentan solamente un objeto asociado, el que se localiza en la boca. Dos inhumaciones (e56 y e62) contienen elementos en asociación directa en la boca, en las manos derecha e izquierda, y en el pie derecho. En la mayoría de los casos hay solamente una pieza de metal por ubicación. En cuatro casos se muestran dos elementos en la misma zona y tres casos en los que se hallan tres en igual parte del cuerpo del difunto. El lugar recurrente es dentro de la boca (100% de la muestra).

Figura 6. Objetos de metal en asociación directa en tumba e91 de infante (fotografía de J. Ciprian). Figure 6. Metal objects found in direct association in infant’s tomb e91 (Photo by J. Ciprian).

Figura 7. Objetos de metal en asociación directa en tumba e116 de niño (fotografía de J. Ciprian). Figure 7. Metal objects found in direct association in child’s tomb e116 (Photo by J. Ciprian).

Tabla 3. Ubicación de los objetos en asociación directa en tumbas de neonatos, infantes y niños. Table 3. Location of objects in direct association in the tombs of newborns, infants and children.

En el grupo de los adultos de sexo masculino (tabla 4) hay ocho entierros con objetos bajo el cráneo, en la boca, a la altura de la boca, en manos derecha e izquierda, entre las manos, en tórax, pelvis, fémur izquierdo y en los pies derecho e izquierdo (fig. 8). Ninguna tumba se parece en cuanto a la ubicación de todos los elementos de metal asociados. En la mayoría hay solamente uno en cada parte. Hay un caso en el que se encuentran dos piezas en la misma ubicación y otro con tres en igual lugar del cuerpo del difunto. Las ubicaciones que más se repiten son la mano derecha (65%), dentro de la boca, en la mano izquierda y en la pelvis (50%).

En el grupo de los adultos de sexo femenino (tabla 4) hay seis entierros que presentan elementos bajo el cráneo, en la boca, en manos derecha e izquierda, tórax, tibia derecha, entre las tibias, pies derecho e izquierdo y entre los pies (fig. 9). Ninguna tumba se parece en cuanto a la localización de las piezas de metal. En la mayoría hay solamente un elemento de metal por lugar. En cuatro tumbas se encuentran dos unidades en el mismo sector del cuerpo de los difuntos. Las ubicaciones más frecuentes son en la mano izquierda (83,33%), luego dentro de la boca y en la mano derecha (66,67%). En el entierro e90, se identificó un conjunto de tres láminas de metal amarradas y colocadas dentro de la boca del fallecido.

Figura 8. Objetos de metal en asociación directa en tumba e12 de adulto masculino (fotografía de J. Ciprian). Figure 8. Metal objects found in direct association in tomb e12, with an adult male (Photo by J. Ciprian).

Figura 9. Objetos de metal en asociación directa en tumba e27 de adulto femenino (fotografía de J. Ciprian). Figure 9. Metal objects found in direct association in tomb e27, with an adult female (Photo by J. Ciprian).

En el grupo de los adultos de sexo indeterminado (tabla 4) hay cinco entierros con piezas puestas sobre el cráneo, dentro de la boca, en las manos derecha e izquierda, en la pelvis y en el pie izquierdo (fig. 10). El entierro e25 presenta objetos envueltos en material textil; y además este contexto como e64 se parecen en cuanto a la localización de los objetos de metal asociados: en la boca y en las manos derecha e izquierda. En todos los casos hay solamente un objeto por ubicación. Las partes más frecuentes son las manos (80%), y dentro de la boca (60%). En un caso, el del entierro e71, se identificó un conjunto de dos láminas de metal amarradas y colocadas sobre el pie izquierdo del difunto.

Figura 10. Objetos de metal en asociación directa en tumba e25 de adulto indeterminado (fotografía de J. Ciprian). Figure 10. Metal objects found in direct association in tomb e25, with an adult of indeterminate sex (Photo by J. Ciprian).

Tabla 4. Ubicación de los objetos en asociación directa en tumbas de adultos. Table 4. Location of objects in direct association in adult tombs.

DISCUSIÓN

Los análisis demuestran que los elementos dispuestos directamente en el cuerpo de los difuntos de las tumbas chimúes que conforman la muestra de estudio son objetos pequeños, grandes que han sido doblados o fragmentos de piezas más grandes. Hay placas laminares que podrían haber formado parte de tocados, de vasos, de elementos decorativos de ropa; también hay instrumentos pequeños (cinceles, cuchillos, agujas, volantes de huso), utensilios (cucharas), ornamentos (cuentas) e incluso objetos no trabajados (lingotes y prills). Los más abundantes son aquellos laminares, seguidos por los volantes de huso o piruros. Estos fueron elaborados con las técnicas del martillado, vaciado y recocido. En las láminas, puntualmente, se aplicó el martillado, y en el caso de las más delgadas, se empleó también el recocido en intervalos, con el fin de darle ductilidad al metal durante el proceso de trabajo.

Hemos mencionado que estos objetos se hallan en diferentes partes del cuerpo: sobre o bajo el cráneo, en la boca, entre las manos, en alguna de ellas o en ambas, sobre el tórax, en la pelvis, a la altura del fémur, de las tibias o entre ellas, sobre los pies o entre ellos. Son unidades anatómicas específicas, seleccionadas. Lo primero que destaca es que no hay dos entierros iguales en cuanto al número y localización de las asociaciones directas de metal, a excepción de dos tumbas de adultos, e25 y e64, que tienen elementos colocados en la boca y en ambas manos.

En la mayoría de los casos hay solamente una pie- za de metal por lugar, pero existen casos de dos o más en la misma parte del cuerpo. En el grupo de infantes y de niños el espacio recurrente es en la cavidad bucal. En los adultos, hay mayor presencia de ellos en las manos, seguida de la cavidad bucal.

Al relacionar la morfología de los objetos con las partes anatómicas en las que fueron depositados, se observó que estos se dispusieron de forma aleatoria. No hay un patrón que relacione forma con ubicación. Las láminas, siendo las más numerosas de la muestra, se hallan mayormente en las extremidades superiores e inferiores, mientras que los volantes de huso son más frecuentes en la cavidad bucal, aunque también aparecen en las extremidades superiores. Tampoco se advierte un patrón que relacione sexo o edad con su emplazamiento.

Por otro lado, se identificaron elementos agrupados, conformados por fragmentos de láminas gruesas, láminas delgadas y volantes de husos. En algunos, se unieron objetos agrupados, debido a su corrosión.

ENTRE LA FUNCIÓN Y EL USO

Dentro de una tumba podemos encontrar bienes que pertenecieron en vida al muerto, que constituyen un recordatorio de sus actos, su carácter o su identidad, o que pertenecieron a los deudos y son entregados al muerto como regalos. En sociedades que creen en otra vida luego de la muerte, algunos de estos rasgos mortuorios se disponen para evitar que el muerto regrese al mundo de los vivos, para el proceso de tránsito al mundo de los muertos, o para vivir en este (Park-Pearson 1999). Otros pueden ser encomiendas o encargos para entregar a parientes muertos en el otro mundo (Acosta 2001).

A partir de esta reflexión, es importante considerar que en el estudio de un contexto funerario desde la arqueología se requiere ser consciente de que los bienes mortuorios fueron cuidadosamente seleccionados e incluso podrían tener diferentes significados (Park-Pearson 1999: 11). Sin embargo, los análisis arqueológicos han sido hasta ahora predominantemente funcionales. Hemos dejado de lado considerar las posibilidades de uso que se le pueden dar a un objeto, más allá de su función.

Uso y función son dos categorías diferentes. Por ejemplo, la función de un martillo es martillar, pero le podemos dar uso como pisapapeles. Entonces, cuando nos referimos al uso de un objeto debe entenderse como el “empleo concreto de un útil, empleo que no debe identificarse necesariamente con la función a la que está destinado dicho objeto” (Calvo 1999: 25). Faverge (1970) denominó catacresis a la utilización de un objeto en remplazo de otro o a su utilización en usos para los cuales no fue concebido, que en su esencia, significa “uso indebido” (Rabardel 1995: 123). Al ser depositados en las tumbas, su función cambiaría. Ya no serían más ornamentos, herramientas o utensilios, sino que, aparentemente, adquieren un nuevo uso. En este caso observamos un fenómeno de catacresis funeraria, es decir, un uso fúnebre de objetos de metal que difiere de su función durante la vida del difunto.

Gracias a los análisis morfológico, tecnológico y químico, hemos podido determinar que los pequeños objetos de metal depositados en asociación directa dentro de la muestra de tumbas chimúes no se fabricaron con ese propósito. Fueron elaborados para ser utilizados en vida, y reutilizados para el entierro, evidentemente, con otra intención de uso. Los objetos laminares son nuestro ejemplo más evidente. Los más grandes fueron doblados o cortados, en muchos casos para ser envueltos en pequeñas telas o en cordeles de algodón, perdiendo su forma original en beneficio del tamaño. Algunos de los más pequeños –placas y lentejuelas– conservan las perforaciones hechas para adherirlos a los vestidos u ornamentos en los que originalmente fueron lucidos.

¿Cuál era el rol que los chimúes atribuían a determinados objetos dentro de los contextos funerarios? La arqueología por sí sola no ha podido dar respuesta a esta pregunta; tampoco ha logrado hasta el momento la etnohistoria. Felizmente, algunas sociedades tradicionales conservan ciertos comportamientos funerarios que nos pueden orientar. En el presente artículo exponemos evidencia etnográfica andina (publicada y recogida en diferentes comunidades peruanas) de catacresis referida a objetos específicos cuando se destinan al mundo de los muertos. En estas podemos observar cómo la catacresis depende de cada sociedad.

El arqueólogo Enrique Zavaleta Paredes (comunicación personal, octubre de 2018) nos contó que, en algunos pueblos del departamento de Cajamarca, en la sierra norte peruana, se acostumbra colocar en las tumbas una aguja capotera o guatopa. En este contexto, este tipo de aguja se utiliza para coser los sacos cuando se llenan con productos agrícolas o para coser encomiendas. Pero cuando se va a pasar “a la otra vida”, se utiliza para que el difunto pueda defenderse de las almas que lo atacarán durante su tránsito al inframundo. Según el arqueólogo Jermi Mejía López (comunicación personal, octubre de 2018), en su pueblo, Carhuaz (sierra del departamento de Ancash), se acostumbra enterrar al muerto con una túnica y un cinturón trenzado. En vida, el cinturón sirve para ceñir una túnica; en la muerte se emplea para defenderse de las almas durante el tránsito al mundo de los muertos, marcando una función análoga a la aguja capotera. Un tipo parecido de cinto, nos cuenta la arqueóloga María Brígida Llerena Peche (comunicación personal, septiembre de 2020), se teje en su pueblo, en la localidad serrana de Bolívar (departamento de La Libertad), y se coloca en el ataúd del fallecido con la misma intención. El topógrafo Ignacio Bartolo (comunicación personal, abril de 2021), nos habló sobre el uso funerario de un cinturón trenzado de lana negra y blanca de oveja, en Nayguapata, su caserío de origen, en el distrito de Marcabal (departamento de La Libertad) para el mismo objetivo. Pero no son las almas las que atormentan al difunto sino el mismo diablo, quien busca impedir que este llegue al reino de Dios.

Uno de los datos etnográficos más interesantes para nuestro estudio proviene de la campiña de Moche (departamento de La Libertad), asentamiento ubicado en torno al complejo arqueológico de donde proviene la muestra en estudio. Cabe resaltar que en el Perú existe la creencia generalizada de que cuando alguien muere se lleva a otra persona con él: “un muerto nunca se va solo” es el dicho popular. Esta convicción persiste en las ciudades de provincias como Trujillo, pero se evidencia más en pueblos pequeños de los alrededores. En la campiña de Moche todavía se acostumbra poner una moneda en la boca del difunto para que no se “lleve” a nadie con él, especialmente a familiares directos, quienes, por tradición, limpian y visten al muerto, actividades potencialmente peligrosas pues los vivos se exponen a las intenciones del difunto. Así se aseguran de evitar acompañar al familiar fallecido al inframundo colocando la moneda, la cual, antiguamente, tenía que ser de plata (Marco Azabache, poblador de Moche, comunicación personal, diciembre de 2018).

La explicación sobre este comportamiento puede ser la misma que recoge Peter Gose (2004) en la comunidad de Huaquirca (departamento de Apurimac), donde se considera que los consanguíneos del difunto tienen una conexión casi física con el cadáver. Esto los coloca en una posición de peligro ritual considerable hasta que el alma haya sido despachada de la comunidad. Beber alcohol, fumar y mascar coca son medidas defensivas que evitan ser “agarrado” por el fallecido (Gose 2004: 157). En otros pueblos, como Zorritos (costa del departamento de Tumbes), está prohibido que los familiares directos sean quienes preparen al muerto, para que el alma no se los lleve, por lo que recurren a un amigo o vecino. En el extremo opuesto, en la zona circunlacustre del lago Titicaca, las comunidades aymaras contratan a una persona que no sea familiar para preparar al muerto. Hacen también al difunto morder algún metal, pero con el fin de que el oferente logre librarse de sus deudas (Onofre 2001).

Regresando al norte de Perú, en el pueblo de Cajabamba (departamento de Cajamarca), si se quiere que alguien que debe dinero se muera, se debe entrar a un velorio y meter una moneda en el ataúd del difunto sin que nadie se dé cuenta (Christian Castillo, arqueólogo, comunicación personal, diciembre de 2017). La costumbre de poner una moneda en la boca del difunto para que se muera una persona determinada es común también entre vecinos de los pueblos de Cartavio y Magdalena de Cao, en el valle de Chicama, en la costa del departamento de La Libertad. Asimismo, en el mencionado caserío de Nayguapata, en la sierra de La Libertad, cuando una persona es asesinada y se desconoce la identidad del homicida, se acostumbra colocar una moneda de plata blanca en la boca del difunto para que este se lleve con él a su asesino (Ignacio Bartolo, comunicación personal, abril de 2021).

Más al norte, en el Ecuador, también existen datos sobre la colocación de monedas al muerto, pero con otra intención. En Otavalo, los familiares del difunto suelen poner objetos dentro del ataúd, por ejemplo monedas que le servirán para pagar su entrada al chaishukpacha o mundo de los muertos (Cachiguango 2001). En otros pueblos de las zonas del mismo Otavalo, además de Riobamba y Laguna de Colta, en la sierra central y septentrional de Ecuador, amarran en la camisa del difunto, a la altura del pecho, unas monedas para pagar los derechos de paso al otro mundo (Hartmann 1980: 242-243).

Esto recuerda la costumbre grecorromana de poner una moneda en la boca de los muertos o en el depósito de la incineración para que puedan pagar a Caronte, el barquero del río Aqueronte, su traslado hasta el inframundo. Esto fue registrado en algunas tumbas prerromanas (siglo iv ac y posterior) del noreste de la península ibérica (Graells 2014). No sería raro que, con la llegada de los españoles a la zona andina en el siglo xvi, la costumbre indígena de colocar láminas de metal en los contextos funerarios como artilugios haya sido remplazada por el uso de las monedas españolas, coloniales y republicanas, perdurando así hasta nuestros días en algunas sociedades tradicionales.

Observamos entonces que entre los objetos de relación directa con el cuerpo del difunto, algunos mantienen su forma y función en el contexto funerario. Pero, también existen objetos que evidencian catacresis, es decir, “no necesariamente replican funciones cotidianas sino otras ‘anormales’ dentro de la lógica funeraria” (Kaulicke 1997: 91). En otras palabras, el rol de ciertos objetos puede cambiar cuando son depositados en las tumbas. El primer problema en el estudio de un contexto funerario radicaría entonces en identificar cuáles objetos depositados conservarían su función y cuáles la estarían mutando. En el caso de las pequeñas piezas de metal estudiadas en la presente investigación, nos queda claro que su función en el contexto funerario sería diferente a la otorgada en el mundo de los vivos. Por ejemplo, los piruros o volantes de huso puestos en la cavidad bucal del difunto no ha sido para indicar que este se dedicaba a hilar en vida o que hilará en la otra. Al piruro se le está atribuyendo un uso funerario que, obviamente, no es el cotidiano.

La posición de los objetos con relación al cuerpo es determinante en la identificación de catacresis funeraria. La evidencia etnográfica indica que un objeto colocado en la misma posición en el cuerpo puede tener diferente intención o resultado según las creencias y costumbres de cada pueblo, como el caso de la moneda en la boca. De la misma forma, dos piezas diferentes, de distinta función durante la vida, pueden tener el mismo uso en el contexto funerario de cara al tránsito al mundo de los muertos, en dos puntos geográficos diferentes, como es el caso de la aguja capotera y el cinturón trenzado.

Estos pequeños elementos de metal pueden o no haber pertenecido al difunto en vida. Dejando de lado su pertenencia, creemos que no se pueden considerar como parte de un ajuar funerario, es decir, el conjunto de pertenencias, bienes u objetos propios que el fallecido llevará para seguir utilizándolos en la otra vida. Parecen ser artilugios mágicos funerarios, amuletos o seguros que los parientes del muerto depositan o encargan depositar para asegurar el éxito del tránsito del muerto al otro mundo o para hacer justicia con su muerte.

Al comparar cada uno de los contextos funerarios analizados, la ausencia de un patrón con respecto a la ubicación de dichos objetos nos hace pensar en la presencia de un especialista funerario que decide qué objetos, cuántos y en cuáles puntos del cuerpo del difunto deben ir dispuestos, en función de un conjunto de indicadores. Entre ellos podría considerarse la persona social y las circunstancias de la muerte.

¿Tienen estos supuestos artilugios que ser objetos de metal? Parece que no. En algunas tumbas mochicas se han hallado individuos con fragmentos de cerámica o de concha dentro de la boca o en otras partes del cuerpo (Gayoso & Uceda 2015). Si, tradicionalmente, se ha relacionado el metal a las elites, ¿tiene que ver en este caso el material con el estatus social del individuo? Responder esta pregunta es un ejercicio muy complejo. En el sitio se han hallado tumbas mochicas de individuos sin ajuar funerario. Teniendo en cuenta la cantidad y calidad del ajuar versus el estatus o el rango social del difunto, se ha asumido que las tumbas sin ajuar corresponderían a sirvientes o miembros inferiores de la jerarquía social. Por lo tanto, a priori, no deberíamos encontrar objetos de metal en ese tipo de tumbas.

Sin embargo, este apriorismo no funciona en Huacas de Moche. Por ejemplo, uno de los autores excavó dentro de una residencia de elite el sepulcro de un infante mochica que contenía un ajuar compuesto por tres vasijas, una sonaja de cerámica y un fragmento de cerámica no diagnóstica en la cavidad bucal (Gayoso et al. 2016: 87). En la misma excavación, se registró la tumba de un adulto mochica sin ajuar con un fragmento de metal dentro de la boca. Hay otros casos, como el de una anciana mochica enterrada sin ajuar funerario y con dos fragmentos de cerámica no diagnóstica en cada mano (Gayoso et al. 2018: 184), y el de una tumba Chimú de un infante sin ajuar con pequeños objetos laminares de metal en la boca, a la altura del húmero y del codo del brazo derecho (Gayoso et al. 2018: 184-185). En la cercana Huaca Las Estrellas se halló una tumba de fosa de aparente filiación Chimú cuyo difunto es un infante, sin ajuar y con un fragmento de cobre envuelto en tela sostenido por la mano derecha (Gayoso 2019: 131). Por lo tanto, la respuesta a si existe relación entre el material de estos supuestos artilugios y el rango o el estatus social del individuo no puede ser categórica, siendo necesarias más investigaciones en este sentido.

CONCLUSIONES

No todos los objetos que se encuentran dentro de un contexto funerario se deben considerar como parte del ajuar; hay algunos que cumplen otro rol. Las pequeñas piezas de metal encontrados en asociación directa con los cuerpos de difuntos de tumbas chimúes en Huacas de Moche son objetos utilizados en vida y escogidos exprofeso por su tamaño o por su capacidad o facilidad para doblarse, fragmentarse o disminuir su tamaño; aunque otras razones podrían haber jugado en su selección. La consideración del tamaño permite que puedan ser acomodados fácilmente en ciertas zonas del cuerpo del fallecido.

Se trata de ornamentos, herramientas o utensilios que, al ser seleccionados, modificados y acomodados en ciertas zonas del cuerpo del difunto, cambiarían su función cotidiana adquiriendo un nuevo uso, de connotación mágica. La evidencia etnográfica aquí referida nos permite concluir que es imposible hacer una generalización sobre la intención del uso funerario que se da a estos objetos pequeños. Pero sí podemos afirmar que estos pierden su función habitual y adquieren otra que podría tener intenciones propiciatorias, adivinatorias, de castigo, entre otras.

Su colocación en unidades específicas del cuerpo indicaría que ciertos puntos de la anatomía humana adquieren connotaciones importantes dentro de la cosmovisión funeraria. Urton (1996: 222) señala a partir de estudios de clasificación y simbolismo etnoanatómicos en sociedades no occidentales, que los orificios (boca, fosas nasales, ojos, orejas, genitales y ano) y junturas corporales (hombros, codos, cadera y rodilla) tienen un significado especial.

En el caso de nuestra muestra, quizás se trate de puntos de energía o de vulnerabilidad que deben ser protegidos en el camino al mundo de los muertos. Si bien son puntos específicos del cuerpo, no todos son beneficiados con los objetos de metal. Las tumbas estudiadas indican que en cada muerto se presenta una particular selección de aquellos puntos, lo cual evidenciaría la participación de un especialista durante el proceso de preparación del difunto que decide qué objeto(s) colocar, y por qué, así como dónde y en qué cantidad.

Agradecimientos Parte de este estudio se realizó con el financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica del Perú (concytec), a través de la Maestría de Arqueología Sudamericana (mención Modelización, Experimentación y Técnicas Analíticas) de la Universidad Nacional de Trujillo (unt). Nuestro agradecimiento al Proyecto Arqueológico Huacas de Moche, de la unt, por facilitar el acceso a la muestra analizada, y al equipo del laboratorio de Arqueometría de la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos por su apoyo en el análisis de la muestra.

REFERENCIAS

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