Homenaje al colega, amigo y maestro José “Pepe” Berenguer

DIEGO SALAZAR SUTIL

Me es difícil realizar un reconocimiento o una reseña de José Berenguer, o intentar sopesar objetivamente sus aportaciones a la arqueología chilena, como si pudiera mirar todo desde afuera (o desde arriba), y tuviera la capacidad de evaluar objetivamente su trayectoria dentro de nuestro campo disciplinar. He optado, por lo tanto, por una aproximación más personal, y también más simple, en mi condición de alguien que se considera amigo de Pepe, con quien he trabajado desde hace 15 años, de quien he aprendido mucho y, además, a quien admiro profundamente. No quiero ocultar que, para mí, Pepe Berenguer es uno de los más destacados y completos arqueólogos que tiene y ha tenido nuestro país.

Una de las tantas razones que justifican mi admiración por su trabajo es la diversidad de temáticas en las que se ha convertido en un referente y en los que ha realizado destacados aportes empíricos, conceptuales y teóricos, reconocidos tanto en Chile como en países vecinos, en especial en Argentina, Bolivia y Perú (Sinclaire 2018). Sin tener la capacidad ni el espacio para poder detenerme a examinar sus aportaciones en cada uno de estos campos, dentro de la referida diversidad no puedo dejar de comenzar por mencionar el fenómeno Tiwanaku, temática que lo ha fascinado desde sus inicios en la arqueología. De hecho, este fue el tema de su Tesis de Licenciatura, defendida en 1975 para convertirse en el segundo arqueólogo titulado en Chile, solo detrás de Luis Rodríguez (1974) y junto con Rubén Stehberg (1975). Desde entonces, Pepe publicó numerosos artículos y un libro (Berenguer 2000) sobre Tiwanaku y su influencia en Chile, generando un importante aporte a quienes trabajan la temática tanto en nuestro país como en países vecinos. Me atrevería a señalar, de hecho, aunque confieso que sin datos empíricos, que su artículo “El Norte Grande en la órbita de Tiwanaku (400 a 1.200 d.C.)” (Berenguer & Dauelsberg 1989), es quizás el trabajo más citado y vigente del libro Culturas de Chile. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista, publicado a finales de los años ochenta, a pesar de haber sido escrito hace más de cuarenta años.

Un segundo tema en el que obviamente los aportes de Pepe han sido fundamentales y fundacionales, es la arqueología de la interacción interregional. Inspirado por las ideas pioneras de Lautaro Núñez, Pepe construyó las bases de la arqueología vial y del tráfico caravanero en el norte de Chile, convirtiéndose en un referente de todos quienes han trabajado el tema en Chile y Argentina desde entonces. Uno de los primeros trabajos publicados por Pepe en torno a esto fue “Impacto del caravaneo prehispánico tardío en Santa Bárbara, Alto Loa” (Berenguer 1995). Cada vez que leo ese trabajo me sorprende su creatividad, considerando que estaba abriendo un campo investigativo poco desarrollado, y al mismo tiempo, la rigurosidad y solidez de su composición y argumentos. El artículo se publicó en las actas del congreso nacional de Antofagasta, pues en esos años la fiebre bibliométrica no había aún afectado a nuestra arqueología. No obstante, no tengo dudas de que hoy se habría podido publicar en inglés en alguna de las revistas de más alto impacto de la arqueología mundial.

Más allá de este aporte en particular, y los otros tantos escritos acerca del tema, los aportes y pensamiento de Pepe en torno al tráfico caravanero y la movilidad interregional están condensados en su notable y monumental libro Tráfico de caravanas, interacción interregional y cambio en el desierto de Atacama (Berenguer 2004), una edición realizada por el propio Pepe a partir de su tesis doctoral de 2002. Tal como nos lo recuerda el colega Carlos González en el homenaje que le hace a Pepe en 2020 (González 2020), Axel Nielsen decía respecto de este libro que “en los próximos años no podremos discutir la interacción interregional en los Andes circumpuneños sin ‘dialogar’ con esta obra” (Nielsen 2006: 161). Y así ha sido sin duda: creo que no existe artículo que trate sobre este tema en los últimos 20 años que no cite y se base al menos en parte en Berenguer (2004). Vale la pena en este punto hacer un breve paréntesis para recordar que fue la “arqueología internodal” la temática que lo acercó al arqueólogo argentino Axel Nielsen, con quien desde entonces entabló una profunda y prolífica amistad. Varias veces he tenido el privilegio de presenciar las profundamente inspiradoras y estimulantes conversaciones en terreno entre estos dos enormes arqueólogos, las cuales han marcado decididamente mi propio pensamiento sobre estas y otras muchas temáticas de la disciplina en la región Andina.

Como una derivación natural de sus investigaciones sobre la movilidad caravanera, desde inicios de la década de 2000 Pepe incursionó en el tema del Inka en Chile, interesándose especialmente en el Qhapaq Ñan y los sitios de enlace que lo jalonan. Durante casi una década, él y su equipo caminaron más de 250 km buscando y registrando el trazado del camino del inca entre el altiplano de Tarapacá y Chiu-Chiu, dando paso a una serie de publicaciones que destacan por su “perspectiva holística” (González 2020), a través de la cual buscaba entender la dominación incaica desde el estudio de su caminería. Fue posiblemente el primer arqueólogo en Chile que trató el Camino del Inca como un sitio arqueológico que podía estudiarse estratigráficamente. Aproximándose desde el Qhapaq Ñan, Pepe se introdujo con su acostumbrada rigurosidad en la temática incaica en general, siendo hoy por hoy un especialista imprescindible sobre la arqueología Inka en el surandino.

Además de Tiwanaku, el Inka y la interacción interregional, Pepe es sin duda muy conocido en Chile y los Andes del Sur por sus contribuciones a la arqueología del arte rupestre. También en este campo es un referente y una cita obligada para quienes estudian las representaciones rupestres del norte de Chile y en las áreas vecinas. A inicios de la década de 1980 escribió, junto a sus colegas del Grupo Toconce, uno de los primeros trabajos que intentaron anclar en forma rigurosa el arte rupestre de nuestro país en un contexto cronológico e histórico específico (Berenguer et al. 1985). Sorprendentemente, la secuencia propuesta por estos autores para el Alto Loa se mantiene en gran medida vigente 40 años y decenas de páginas de publicaciones después. También fue pionero en explorar el significado simbólico del arte rupestre en aquella notable contribución junto a José Luis Martínez sobre el arte rupestre de Taira (Berenguer & Martínez 1986). Este artículo ha sido considerado “el análisis estructural más sugerente realizado en nuestro país en el campo del arte rupestre” (Gallardo et al. 2006: 78), así como “un acercamiento inédito hacia el arte rupestre de nuestro país” (González 2020: 374).

Como si todo lo anterior fuera poco, Pepe también ha incursionado en el campo del chamanismo y el uso de sustancias psicotrópicas en la prehistoria, otra temática donde ha escrito varios artículos, ha dictado conferencias y ha realizado importantes aportes, siendo en la actualidad un reconocido especialista en la materia. Me parece destacable que su aproximación a la temática ha sido distinta a la de otros especialistas, no por ello mejor o peor, por supuesto. Los aportes de Pepe han buscado entender el chamanismo desde las prácticas sociales que se tejieron en torno a ellos, estudiándolo en el registro arqueológico desde la iconografía y desde la parafernalia. Dentro de este último campo destaca una de sus más recientes contribuciones a la temática, proponiendo a partir de un análisis arqueológico y contextual riguroso, que los tubos de hueso de ave encontrados en colecciones arqueológicas actualmente albergadas en el Museo Nacional de Historia Natural podrían haber sido usado como enemas o goteros para la introducción de fluidos psicotrópicos en diversas cavidades del cuerpo en el pasado (Berenguer & Acevedo 2015).

¿Cómo es posible que un arqueólogo sea considerado por sus pares en Chile y países vecinos como un referente y sus contribuciones sean catalogadas de pioneras, seminales o fundamentales en campos temáticos tan amplios, complejos y variados? Por supuesto las temáticas mencionadas no son independientes en el pensamiento y la trayectoria profesional de Pepe. Por ejemplo, las relaciones entre Tiwanaku, iconografía y chamanismo; entre arte rupestre y tráfico caravanero; o entre interacción interregional y el Inka, son evidentes en muchas de sus publicaciones. Aun así, ser un aporte o un referente en cada una de estas vastas temáticas requiere un amplio conocimiento de bibliografías muy diversas, que incluyen aspectos empíricos, pero también teóricos y conceptuales. Antes de profundizar en este último punto que me parece fundamental en el trabajo de Pepe, no puedo dejar de mencionar que otro campo en el que él es considerado pionero a nivel nacional es en la arqueología del pasado reciente. Posiblemente abrió esta discusión con sus trabajos teóricos sobre las fronteras de la arqueología (Berenguer 1983a, 1986), pero más importante aún, condujo en Cuesta Barriga, junto a otros colegas del Museo Chileno de Arte Precolombino, y en plena dictadura, una de las primeras investigaciones arqueológicas que contribuyeron en los procesos de búsqueda y exhumación de detenidos-desaparecidos y ejecutados políticos en nuestro país, trabajo que la arqueóloga Nicole Fuenzalida no duda en calificar como un “hecho inédito a nivel disciplinar” (Fuenzalida 2023: 109) y que después sería replicado por Pepe al volver a colaborar como perito en las investigaciones realizadas en Fuerte Arteaga (Carrasco et al. 2011).

Esta reseña podría terminar aquí e imagino que una buena parte de quienes lean estas líneas estarán de acuerdo conmigo en que Pepe es uno de los más destacados arqueólogos de Chile. Pero, la verdad, no puedo terminar aquí, pues estaría dejando fuera aspectos esenciales que a mi juicio ratifican lo anterior, y que constituyen uno de los aspectos que más admiro de su trabajo y de su capacidad como investigador. En efecto, me parece muy importante destacar que los aportes de Pepe en los campos ya señalados distan mucho de limitarse a sus contribuciones empíricas o incluso metodológicas, las que en sí mismas son importantes sin duda. Pero en cada uno de estos campos Pepe ha realizado aportaciones notables también en lo conceptual y en lo teórico.

Desde sus primeros trabajos sobre Tiwanaku no solo se preocupó de sistematizar e interpretar la información disponible, sino que siempre quiso precisar cómo se ha investigado el fenómeno en nuestro país (Berenguer 1978), intentando clarificar los conceptos que permitan una mejor y más precisa discusión (Berenguer & Plaza 1977). Hizo lo mismo cuando incursionó en la temática de la interacción interregional (Berenguer 1995, 2004; Berenguer & Pimentel 2017), y cuando definió, junto con Axel Nielsen, el hoy ampliamente usado concepto de “arqueología internodal”, así como cuando estudió el camino del Inca (Berenguer et al. 2005) y el arte rupestre (Berenguer 2005). En todos estos trabajos destaca la precisión y rigurosidad en el uso de conceptos, lo que ha permitido a muchos arqueólogos y arqueólogas posteriores, entre los que me incluyo, clarificar y ordenar también sus propias ideas y sus propios objetivos de investigación. Me parece que es la lucidez y precisión en el uso de conceptos que caracterizan a Pepe lo que ha llevado al Colegio de Arqueólogos y Arqueólogas de Chile a buscar su ayuda en el intento de discutir aspectos claves del ejercicio de la arqueología de impacto ambiental, a pesar de que Pepe no tiene mucha experiencia práctica en ese campo.

Como señalé, también son destacables los aportes de Pepe en el campo teórico, con trabajos quizás no suficientemente conocidos en algunos casos, en parte por haber sido publicados en boletines nacionales que en ese momento tenían baja circulación, pero que sin duda son aportes importantes a discusiones aún vigentes y contemporáneas. Por ejemplo, los ya mencionados respecto de la arqueología del pasado reciente, así como los relativos a los temas de identidad (Berenguer 1992), la muerte y las prácticas mortuorias (Berenguer 1994) o el uso del método histórico directo y la analogía etnográfica (Berenguer 1983b), entre otros. Pepe es, además, de los pocos arqueólogos en Chile que ha incursionado con sistematicidad en el campo epistemológico. Sus reflexiones sobre el tema no se han plasmado en artículos específicos sobre epistemología, pero permean sus investigaciones. Quizás el caso más claro es su artículo sobre la iconografía de poder en Tiwanaku (Berenguer 1998), en donde defiende y explicita una postura epistemológica realista crítica, a partir de la cual intenta desentrañar las relaciones causales entre “eventos”, “prácticas” y “estructuras”.

En su calidad de miembro fundador de la primera generación del Grupo Toconce, Pepe y sus colegas Victoria Castro y Carlos Aldunate fueron de los primeros arqueólogos en Chile en romper la escisión entre la prehistoria y el presente etnográfico, en adentrarse de forma sistemática en la etnoarqueología y el uso de la analogía etnográfica, y en trabajar con respeto y, hasta cierto punto, en colaboración con las comunidades indígenas del río Salado. En un artículo reciente, el colega Simón Urbina (2020: 79) señala que el Grupo Toconce, cofundado por Castro, Aldunate y Berenguer fue

uno de los equipos interdisciplinarios de mayor trascendencia en la disciplina, por su temprana aplicación de enfoques etnoarqueológicos (arqueología conductual) y etnohistóricos en el contexto de comunidades indígenas cuyas tradiciones evidencian un amplio rango de vínculos con el pasado prehispánico y colonial, con la vida campesina en los Andes y con la delicada historia política de Chile y Bolivia en el siglo xix y xx.

La interacción con pobladores de Toconce cambió para siempre la manera de ver la arqueología de estos notables investigadore/as. Este giro los llevó a ser también pioneros en Chile en desarrollar una arqueología preocupada de comprender las prácticas rituales y los significados simbólicos, cuando en la arqueología anglosajona estos temas estaban aún en pañales (p.e., Berenguer et al. 1984; Berenguer & Martínez 1986). Pepe nunca perdió este legado adquirido en sus primeros años en el Grupo Toconce. Después de los 50 años estudiando el Alto Loa que se inician con su primera publicación como investigador autónomo (Berenguer et al. 1974-1975), siempre lo he escuchado recordar con agradecimiento y admiración a quienes le abrieron las puertas de sus queridas Taira y Santa Bárbara, por allá por el año 1972, personas que le mostraron algunos de los sitios arqueológicos que posteriormente investigó, y quienes le enseñaron sobre la historia local y su paisaje. Nombres como doña Luz Galleguillos, Pascual Galleguillos y Nicolás Aymani, entre otros, aparecen siempre en las conversaciones con Pepe sobre sus investigaciones en el Alto Loa.

Este último punto vuelve a situar esta reseña en un plano más personal. Y es que los aportes de Pepe trascienden sin duda sus artículos y libros. Todos quienes hemos tenido la fortuna de trabajar con él coincidimos en que las discusiones con Pepe son profundamente iluminadoras y estimulantes. No solo por su erudición, sino por la precisión conceptual que siempre caracteriza sus ideas y que le exige también a sus interlocutores. Siempre he sentido que discutir con Pepe es como exponerse a un cincel que va labrando las ideas y conceptos, precisándolos con rigor. Otra cosa que me ha llamado siempre la atención y ha despertado mi admiración por él es que, siendo el arqueólogo e intelectual de la talla que es, nunca he sentido que impone su jerarquía o sus pergaminos para ganar un argumento, o que se exprese como si fuera poseedor de la verdad sobre las cosas. Estemos o no de acuerdo cuando conversamos, Pepe no intenta imponer sus ideas. Por el contrario, mi sensación es más bien que, a través de preguntas y comentarios, siempre procura entender la posición contraria en su propio mérito, casi como si estuviera dispuesto a dejarse convencer, siempre y cuando los conceptos estén bien usados, los argumentos sean consistentes y estén, además, respaldados por datos empíricos tanto arqueológicos como etnohistóricos o etnográficos. Eso hace de las discusiones con él una experiencia siempre enriquecedora y estimulante. Sus preguntas y contraargumentos son constructivos: siempre nos exigen al máximo en claridad conceptual y correspondencia con los datos empíricos, pero nunca he sentido que descalifique, desconozca o invalide los planteamientos contrarios.

En mi opinión, estos son rasgos propios de un maestro. Es cierto que su rol como profesor universitario fue corto, aunque no por ello menos influyente. Pero, tal como señala Carlos González, es en terreno donde uno más aprende de Pepe: “los trabajos de campo de sus proyectos se han convertido en verdaderas escuelas donde se han formado alumnas y alumnos”, ya que Pepe propiciaba espacios de enseñanza “para todos quienes formamos parte de su equipo” (González 2020: 373-374). Sus enseñanzas, por lo tanto, van más allá de su rol formal como docente y han sido importantes para varias generaciones de arqueólogos y arqueólogas, plasmándose fundamentalmente en las conversaciones y discusiones que se generan en el trabajo de campo o en los cafés compartidos durante algún congreso o reunión.

No puedo terminar estas palabras sin reconocer el destacadísimo rol que Pepe ha cumplido durante más de 40 años en la difusión y comunicación pública de la arqueología en su calidad de Curador Jefe del Museo Chileno de Arte Precolombino. Pepe es casi sinónimo de dicha institución y de los notables catálogos que han acompañado las decenas de exposiciones en las que ha participado como curador. Estas publicaciones destacan por su estética, pero también por la claridad y lucidez de sus textos, muchas veces escritos por él. Algunos de ellos han trascendido su función de ser herramientas de divulgación y se han convertido en libros obligados también para especialistas, siendo ampliamente citados en el campo académico especializado. Es que en ellos confluyen la rigurosidad conceptual de Pepe, con su amplia erudición y también con su pluma privilegiada. Esto último no es menor. De hecho, estoy seguro que muchas personas estarán de acuerdo conmigo en que sus escritos autobiográficos no solo son interesantes, sino también envolventes y apasionantes (p.e., Berenguer 2014, 2024).

También debo recordar su participación en diversos directorios de la Sociedad Chilena de Arqueología y, por sobre todo, su rol como editor tanto del Boletín de dicha sociedad como del Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino. Dicha función resultó fundamental para el desarrollo de ambas revistas, las que hoy en día cuentan con una sólida trayectoria y son un referente a nivel nacional e incluso americano.

Por todas sus contribuciones empíricas, conceptuales, teóricas, personales e institucionales, me parece que estoy bien respaldado en mi afirmación de considerar a Pepe uno de los más destacados arqueólogos que ha tenido nuestro país. Por supuesto, como cualquier persona, Pepe sin duda tendrá sus defectos o habrá cometido errores. Pero sería mezquino que estos nos impidieran reconocer lo destacado de su trabajo y lo imprescindibles de sus aportes. Yo, por mi parte, no tengo sino palabras de agradecimiento para Pepe por lo que he aprendido de él en estos años y por lo que siento que le ha entregado a nuestra disciplina. Ha sido un gusto y también un privilegio participar del grupo de trabajo bastante peculiar que hemos construido junto a él, Valentina Figueroa y, más recientemente Ariadna Cifuentes, en torno al estudio de los minerales de cobre, su explotación, circulación y uso en Atacama (p.e., Figueroa et al. 2018; Cifuentes et al. 2025). Forman parte de nuestro equipo también numerosos otros arqueólogo/as y miembros de comunidades indígenas del Loa Superior (Salazar et al. 2024). Creo que todos quienes participamos en estos terrenos y en estas investigaciones compartimos una profunda admiración y respeto por el colega, amigo y maestro José “Pepe” Berenguer. A nombre mío y de todos ello/as, ¡gracias Pepe por tanto!

Diego Salazar Sutil*

* Universidad de Chile. orcid: 0000-0002-1438-0839. E-Mail: dsalazar@uchile.cl

 

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