La pacarina de José Berenguer
Quiero referirme a una dimensión del trabajo de José Berenguer menos conocida, oculta, quizás por ser un espacio técnico y cotidiano, o bien por estar constituida por un registro no escrito, pero que considero que ha sido y es un aporte estructurante y transformador de su práctica.(1) Me refiero, específicamente, a la relación entre José Berenguer y su práctica metodológica de campo,(2) la cual constituirá el foco de mi breve comentario. Si me permiten, me gustaría defender la tesis siguiente: el centro del trabajo de Berenguer reside en una meta-metodología del terreno como una condición de posibilidad, una forma de forrajeo epistémico, situado entre Toconce y Santa Bárbara.
Para comprender el aporte del ejercicio científico de José Berenguer, es necesario situar el concepto “terreno” como un espacio central en la transmisión de la práctica. Si existe una dimensión inmaterial de la transmisión de la práctica de trabajo de campo, el terreno es una forma de memoria y de reproducción social.(3) ¿Cómo se transmite la experiencia de la experiencia de campo?
Messu (2016: 106) menciona que el trabajo de campo obliga a los y las investigadoras a “pensar sobre sus acciones, o hacia o desde el ‘campo’, el campo que ellos mismos crean con sus acciones. Si el ‘terreno’ obliga al investigador, es en todos estos sentidos, al mismo tiempo”. Quiero enfatizar que esta breve nota no se orienta hacia la relación del terreno como un espacio subjetivo desde el punto de vista de lo que el/la investigador/a cree, siente o piensa, sino desde la interacción –o bien la transmisión– que se da en el terreno, es decir, una interpelación que sitúa como condición de posibilidad a toda pregunta de investigación.
Me baso en dos registros. El primero es la experiencia de campo que he tenido gracias y junto a José Berenguer.(4) El segundo, el texto-homenaje a Victoria Castro, titulado “El Grupo Toconce en sus años iniciales (1977-1984)”, publicado por Berenguer en 2024 en la Revista Chilena de Antropología:
A fines de octubre de 2015 estuvimos recorriendo con Vicky y Carlos los pueblos de la cuenca del río Salado. Era la primera vez en 31 años que lo hacíamos los tres juntos […] el momento más emotivo fue cuando llegamos a Toconce, porque, como hemos visto a lo largo de este artículo, ese pueblo fue como nuestra pacarina. Allí nacimos como investigadores (Berenguer 2024: 24).
Y luego concluye: “Más allá de la vivencia, la situación condensaba mucho de cómo entendíamos antes y cómo seguimos entendiendo hasta hoy nuestra profesión (Berenguer 2024: 24). Lo que se desprende del relato del regreso a Toconce, 30 años después, no es la figura del recuerdo o de la anécdota, sino la centralidad del presente metodológico como fundamento de su práctica. Ya comenzaba a formarse en el Grupo Santa Bárbara;(5) ese primer tiempo fue el inicio de la posibilidad de hacer trabajo de campo situado,(6) y que, si me permiten nuevamente, me atrevería a decir, ha sido una base metodológica de una forma de investigar, transmitida a distintos equipos de arqueología en los últimos 40 años.
Ahora bien, merece aún mayor detención la metáfora de la pacarina en Toconce evocada por Berenguer al revelar “allí nacimos como investigadores” (Berenguer 2024: 24). La pacarina(7) es un concepto andino que remite al lugar de origen mítico. También designa el lugar donde salía el primer ancestro y donde debían regresar los muertos del grupo (Bouysse-Cassagne & Chacama 2012). O bien, como menciona Cristóbal de Albornoz –hacia 1582– (Duviols 1967: 20), son huacas “que llaman pacariscas, que quieren decir creadoras de sus naturalezas”; y éstas podían ser piedras, ríos, cuevas, animales, aves, yerbas y árboles.
En la concepción andina, existía la idea de que bajo la tierra yacía una gran masa de agua que era controlada por dos serpientes míticas y, en consecuencia, algunas pacarinas representadas por cuerpos de agua permitían la comunicación entre el mundo de arriba y el mundo de abajo, como ha señalado Bouysse-Cassagne (2004: 65): “fuentes, puquios y lagos eran lugares de comunicación entre el mundo subterráneo y la faz de la tierra”.
A continuación, utilizaré esa imagen de origen –la pacarina– ya que nos permite abrir el concepto de campo como espacio en el cual se imbrica la práctica científica y el concepto de natalidad(8) de Arendt (Arendt 2023). Para Arendt, lo nuevo, en tanto “natalidad” designa la capacidad humana por crear algo nuevo –bios–, algo que escapa al ciclo de reproducción de la vida –zoe–, se trata de una natalidad que, por el contrario, no es biológica y tiene la capacidad de trascender lo meramente biológico a través de la acción. En consecuencia, la capacidad humana de actuar libremente estaría “ontológicamente arraigada” en este “hecho de la natalidad” (Arendt, citado en Vatter 2006: 137).
Si pensamos a la arqueología como una actividad que tiene al trabajo de campo como condición de posibilidad, entonces, esta debe situarse con una práctica y pregunta de investigación a un determinado momento del tiempo, circunscrita a una particular situación geopolítica. En ese sentido, el trabajo de campo nace como interrogación de lo contemporáneo en tanto puesta en relación de intereses heterogéneos que solo tienen sentido en la creación de dicho espacio (Fabian, citado en Isola 2025). De acuerdo con Arendt (2023), la acción se diferencia del trabajo cuando esta es capaz de romper con la reproductibilidad técnica y, de ese modo, traer al presente algo completamente nuevo.
Así, entender Toconce en tanto pacarina permite situar el concepto de nacimiento de algo nuevo en el sentido de Arendt en clave de terreno (Arendt 2023). Lo cotidiano no se reduce a la reproducción de las condiciones de vida, sino que al nacimiento de un espacio de investigación situada, cuya novedad surge del permanente ir y venir de estas relaciones. De alguna manera, aquel “nacimiento” del que habla Berenguer surge de una dialéctica de la relación en la que el campo, como espacio de interconexión, produce interpelaciones que circulan temporalmente para dar vida a nuevas formas. Aquí la cuestión no se reduce a la pregunta por comprender el mundo, también se trata de habitarlo. Volver a la pacarina no tiene que ver con la rememoración de los orígenes, sino el retorno a la constante transformación de la investigación situada en el campo.
Valentina Figueroa Larre*
* Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo (iiam), Universidad Católica del Norte.
orcid: 0000-0001-7485-7013
E-mail: vfigueroa@ucn.cl
NOTAS
1 Homenaje realizado el 12de abril de 2025 en el marco del Seminario “Arqueología del río Loa y áreas vecinas”, realizado en San Francisco de Chiu-Chiu, Chile.
2 Utilizaremos indistintamente “campo”, “terreno”, “trabajo de campo”.
3 Existen interesantes trabajos sobre la arqueología como una ciencia de/del terreno realizados en base a la arqueología del Magreb, centrados en la práctica y la transmisión (Gutron 2006), más que en la relación del individuo y su subjetividad, que ha sido otro enfoque abordado por la antropología de la arqueología.
4 Desde el año 2010, he tenido –y tengo– la oportunidad de participar en distintos proyectos de investigación con José Berenguer, en los cuales he podido compartir y aprender de un diálogo situado, desafiante, generoso y transformador.
5 Berenguer (2024: 5) señala que es un grupo constituido previamente al Grupo Toconce como lo indica él mismo en la nota al pie número 2. Este grupo nunca tuvo ese nombre, utiliza “Grupo Santa Bárbara” para nombrarlo de alguna manera en el texto. Consistía en estudiantes de arqueología –Luis Rodríguez, Fernando Plaza, Victoria Castro y José Berenguer– que habían iniciado un grupo de estudio que se transformaría en uno de investigación.
6 En 1985 comenzarían los primeros peritajes judiciales realizados por arqueólogos en Cuesta Barriga, algunos de ellos formaban parte del Grupo Toconce, lo que materializa una dimensión indisociable entre acción y trabajo de campo.
7 Esta es la transcripción de Pierre Duviols del instructivo para encontrar huacas de Cristóbal de Albornoz (1967: 20): “Hay, como dixe arriba, el principal género de guacas que antes que fueran subjetos al ynga tenían, que llaman pacariscas, que quieren decir creadoras de sus naturalezas. Son en diferentes formas y nombres conforme a las provincias: unos tenían piedras, otros fuentes y ríos, otros cuebas, otros animales y aves e otros géneros de árboles y de yerbas y desta diferencia tratavan ser criados y descender de las dichas cosas, como los ingas dezían ser salidos de Pacaritambos, ques de una cueva que se dize Tambo Toco”.
8 Recomendamos consultar el ensayo escrito por Miguel Vatter (2006), el cual profundiza sobre el origen e implicancias del concepto de natalidad de Hannah Arendt, y su relación sobre el discurso de la biopolítica.
REFERENCIAS
Arendt, H. 2023. La condición humana. Buenos Aires-Barcelona-México: Paidós.
Berenguer, J. 2024. El Grupo Toconce en sus años iniciales (1977-1984). Recuerdos y reflexiones personales. Revista Chilena de Antropología 50: 1-30.
Bouysse-Cassagne, T. 2004. El Sol de adentro: wakas y santos en las minas de Charcas y en el lago Titicaca (siglos xv a xvii). Boletín de Arqueología pucp 8: 59-97.
Bouysse-Cassagne, T. & J. Chacama 2012. Partición colonial del territorio, cultos funerarios y memoria ancestral en Carangas y Precordillera de Arica (siglos xvi-xvii). Chungara, Revista de Antropología Chilena 44 (4): 669-689.
Duviols, P. 1967. Un inédit de Cristóbal de Albornoz: la instrucción para descubrir todas las guacas del Pirú y sus camayos y haziendas. Journal de la Société des Américanistes 56: 7-39.
Gutron, C. 2006. Pour une approche anthropologique de l'archéologie. En Les territoires productifs en question(s), M. Mezouaghi, dir., pp. 177-179. Túnez: Institut de recherche sur le Maghreb contemporain.
Isola, E. 2025. Economías del desierto: sobre las paradojas-circulantes del patrimonio en el Salar de Atacama. Santiago: Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Messu, M. 2016. Le «terrain», mais pour quoi faire? Cahiers de Recherche Sociologique 61: 91-108.
Vatter, M. 2006. Natality and biopolitics in Hannah Arendt. Revista de Ciencia Política 26 (2): 137-159.